domingo, 10 de julio de 2011

…Hombre Garcílazo

Cuento Corto/Relato     Por William Castaño    Junio 26 de 2011

—¿Fuiste tu el que me llamaste hace unos segundos, amigo Garcílazo?

Preguntó con palabras lerdas y la voz un tanto áspera tal vez por roncar durante las horas pasadas. Imaginé que aún sus cobijas lo halaban con desesperación para que no se despertara del todo. Obvio, dormía cuando lo llamé esa mañana de domingo a su casa de Homestead en el Sur de la Florida.

—Que vergüenza hombre, ¿estabas durmiendo?

Le contesté apenado. Se trataba nada menos que de mi amigo el escritor. Entendí que se había preocupado por atender mi reciente llamada que decidí suspender cuando timbraba ya por séptima vez. Que torpe fui al intuir tan tarde que la estaba embarrando al llamarlo tan temprano. Eso de llamar antes de las diez el único día de descanso a un buen amigo sólo para preguntar una bobada es un homicidio. Algo así como un “Killing” a la amistad. Que pena me dio. La verdad, fue muy imprudente de mi parte. A mi personalmente no me gusta que me despierten tan sólo para preguntarme pendejadas, cosas banales o asuntos que bien hubieran podido haberse preguntado como a la una o dos de la tarde.  Como dicen coloquialmente los colombianos —“Preguntando guevonadas”—. Es que si a mí me molesta que me llamen a deshoras porque no habría de molestar a mi amigo. Pudo haber pensado que alguien que estaba enfermo hubiera pasado a mejor vida, o que hubo algún accidente donde alguien cercano salió afectado, o algo por el estilo que le puso en evidencia lo estresado que uno se mantiene. Bueno, digo “estresado” porque está de moda achacarle la culpa al stress de cualquier pequeña depresión por ahí retenida y que nos hace reaccionar por todo cuanto acontece. Es decir, que nos pone con los reflejos muy sensibles por casi nada o por todo. Por seguro mi buen amigo estaba durmiendo cuando escuchó algunos de los benditos rings que dejé sonar antes de colgar. Sinceramente, no supe donde meterme y atrapado en mi propia vergüenza me infringí insultos que de nada sirvieron porque seguí sintiéndome algo así como medio estúpido, impertinente, osado o mejor dicho como un imprudente de siete suelas. Ahora me acuerdo de mi papá que me decía: “Acuérdese mijo que a nadie le gusta que lo jodan, menos si está dormido”.

En fin, una torpeza de ese tipo es irreparable y no importa que el despertado sea el mejor amigo o alguien muy cercano. Es más, si la víctima hubiera sido alguien más desconocido y sin mayores nexos de amistad o alguien relacionado con un asunto de interés pendiente, las cosas no hubieran tenido para mi mayor trascendencia. Por lo visto, mi amigo el escritor ya me perdonó al menos de labios pa fuera. Me lo dejó saber ahí mismo cuando me sintió avergonzado, le pedí disculpas y lo mande a dormir de nuevo aunque no aceptó por cortesía porque es un hombre muy formal y educado y porque al igual que yo a esa altura de la película también estaba ya comprometido en la llamada por el solo hecho de habérmela devuelto. Ojalá que cuando se ponga en el tapete el tema de las imprudencias no florezca la mía como la mas grotesca y que se esconda detrás de algunas más “Disgusting” u hostiles como por ejemplo la de esos fulanos que se suenan la nariz en la mesa mientras todos comen, o… el que se saca la comida de entre los dientes con el dedo,  o el que tose sin ponerse la mano en la boca o sin poner su cara en otra dirección, o el que mastica con la boca abierta, o  cualquiera de esas que avergüenzan a muchos porque aparentemente son de mala calaña o fuera de tono.

—Hombre amigo Garcílazo, no te preocupés, ¿que se te ofrece?.

Me preguntó ya más aterrizado con ese marcado acento paisa que nunca pierden los que nacieron en Antioquia aunque hayan vivido exiliados cuarenta años seguidos en medio del inglés dominante. Ese —¿que se te ofrece?— tan generoso al mismo tiempo me dio valor como para asumir que lo hecho, hecho estaba y fue entonces cuando arremetí a preguntar lo de mi interés. La verdad es que venía pensando hacia varios días acerca de que diablos escribir para la gaceta literaria que mi amigo escritor estaba encargado de publicar. Se trataba de una revista de tamaño roba página como se les conoce en el argot de las editoriales.  Ya usted se podrá imaginar. La verdad es que lo venía pensando desde que me lo propuso hacia unas dos semanas cuando nos reunimos para concluir un taller de escritura creativa que el mismo nos dictó a mi y a otros dos fulanos y que con mucha responsabilidad sacó adelante pese a la falta permanente de Quórum. Que conste que se le hizo la debida publicidad a ese taller en varios medios como la radio de Miami en español y que se pasó la voz dentro de aquellos que siempre nos encontramos en las tertulias literarias, que por lo grupúsculos que somos, mas bien nos asemejamos a las reuniones clandestinas de facciones disidentes de ultra derecha o de ultra izquierda o para ponerlo en mejor perspectiva, de esos que nunca están de acuerdo con nada o que a lo mejor son los únicos que podrán salvar el mundo sabe Dios de que. Que sirvan pues estas comparaciones odiosas por cierto como para que usted se imagine el escaso entusiasmo que genera la literatura en español en esta zona del mundo.
De todas maneras, me hice sujeciones para atender con cierta categoría su atenta solicitud. Pese a que luchaba conmigo mismo acerca de qué escribir para colmar las expectativas. Lo primero que valoré fue su bondad pues con tan solo pedirme un artículo estaba poniendo a riesgo la calidad de los contenidos de su próximo número. Llegué a pensar que lo hizo por levantar mi auto estima pues jamás pude demostrarle durante el taller que al menos escribo con algún fundamento y que a falta de una buena preparación me faltan muchas horas de vuelo.  Eso si, una cosa que si tiene mi amigo escritor es que emite comentarios sinceros y poco plagados de compromisos personales, es decir el tipo es franco y eso es lo que vale. Eso me gusta. No importa que con cada uno de sus consejos me sienta más perdido en la esencia de la literatura o más enmarañado y ciego de pistas acerca de como encarar mis escritos para que mantengan cierta categoría o por lo menos para afinar mi estilo de escribir  y lograr hacerlos consecuentes con aquellos de los que los que si escriben bien, para que siquiera lo lleguen a apreciar como algo digerible en técnica, ritmo y que se yo… morfología, sintaxis u otras mas ciencias exactas que se envuelven en el asunto de la escritura. La clave está en que creo ejercitarme para que en mi intento por mejorar algún día mis letras puedan encajar dentro de alguna vertiente ya existente.

—Que vergüenza hombre haberte despertado. Seré breve. ¿Podrías decirme más o menos sobre que debiera escribir para tu gaceta de este mes?
Pregunté esperanzado, estaba decidido en recibir un consejo, alguna pista, algo así como un tema para despejar mis faltas de creatividad, mi falta de arrojo. En síntesis, le llamé con la esperanza remota de que me pidiera por sugerencia algún escrito, por encargo, Algo perecido a escribir “On Demand” como hacen  con los “Gost Writers” a los que  algunos escritores consagrados que hasta premios han ganado llaman para pedirles escritos de algún tema ya sea histórico o de actualidad, inclusive para que se inventen ficciones de esas que nadie se las cree o se las cree todo el que las leen o para que cuenten verdades que a ojos de los lectores son puras mentiras, dizque porque no tienen verosimilitud, porque no son consecuentes o porque si.

—Hombre Garcílazo, podés escribir sobre lo que creás conveniente.

Me contestó plácido, más bien escueto, desteñido pero sin dejarlo notar mucho. Me atrevo a afirmar que me contestó creyendo haberme ayudado. Seguro no acató que mi llamada indiscreta lo único que buscaba era una pista para que por ahí, fuera yo desarrollando algún tema para la gaceta, algo así como por ejemplo escribir sobre la importancia de la escritura en español en el sur de la Florida, por ejemplo  hablar sobre Ulises de Joyce, sobre la obra de Rulfo, Garcia Márquez, Kafka o para mencionar a uno más nuevo  como por ejemplo hablar sobre el mejicano Ruy Sánchez o el colombiano Pemberty que tanto mencionamos en el taller aquel.

De todas maneras comprendí que desde el mismo momento que llamé no todo estaba en sintonía, empezando por la hora, Por eso lo comprendí sin amargura, era solo una cuestión de vergüenza que debía asumir por imprudente. Algo que yo y sólo yo engendré por insulso. Mi amigo escritor es un gran tipo —“no matter what”—. Me da buenos consejos cuando está completamente despierto. Por decir algo, me dice que debo leer mucho para llegar a escribir bien y que escribir es corregir. Claro está que eso de que “podés escribir lo que creas conveniente” no me dejo muy bien parado. Digamos que no triste del todo porque todo tiene remedio pero si desinflado. He llegado a pensar que con su respuesta quiso impregnarme algún tipo de seguridad espontánea. Total, no es de su incumbencia hacerme sentir seguro como para que yo pueda escribir mejor. Lo que si es cierto es que todo este cuento de escribir por encargo pero sin tema elegido se me ha convertido en un enredo el más verraco e indisoluble. Mi teoría es que me sucede por pura falta de experiencia y quien sabe si también por falta de talento. —Ahí está Dios—. En otras palabras, en un bloqueo mental de esos que se aparecen cuando ya uno viene medio atascado, cuando en las historias que tratas de hilvanar los personajes se te vienen encima o se te escapan de las manos y no logras domarlos. Es decir, cuando las ideas hacen lo que se les da la gana como si fueran muchachitos de diecisiete, irreverentes, desobligantes, rebeldes o a veces con mucho mas sentido común que uno mismo.

Después de esas cinco frases que nos cruzamos en tan solo segundos lo que más anhelaba yo era salir de la conversa para ponerme a improvisar alguna historia que pudiera entregar para su gaceta. Le di las gracias muy comprometido con su descanso interrumpido.

—No hay de que Garcílazo, fue con mucho gusto.

Me contestó quizás espetando algún improperio en mi contra o de pronto se tiró en la cama para seguir durmiendo —hay gente que lo puede hacer, hay quienes no—. Es posible también que haya aprovechado para hacerse un café o simplemente se levanto para seguir armando la gaceta del mes.

—¡Que horror!

Pensé entre mí

No hay comentarios.: